a propósito de la Biblioteca Nacional
Artículo leído en El Mundo (28 de agosto):JOSE ANTONIO MARINA
"Admiro mucho a los buenos gestores, a los organizadores eficaces, tal vez porque yo no lo soy. El mundo cultural -al igual que el educativo o el sanitariolos necesita. Se trata de una profesión muy compleja, que requiere unos talentos y saberes numerosos y especiales. Un gran médico puede ser un pésimo director de hospital. Y un gran pintor un detestable director de museo. El gran Valle-Inclán fue director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, y algunas de las anécdotas que se cuentan son desternillantes. La necesidad de que nuestras instituciones culturales, educativas, sanitarias, judiciales, estén bien gestionadas me hace seguir este asunto desde hace mucho tiempo con mucho interés. En el dominio cultural me interesa, sobre todo, el cambio experimentado por dos grandes instituciones -los museos y las bibliotecas-, que ha provocado la aparición de diferentes ramas del saber teórico y práctico. Ambas instituciones proceden del coleccionismo particular o público, y tardaron mucho en vencer su vocación atesoradora.
La Biblioteca Nacional española comenzó siendo la Biblioteca Real, fundada por Felipe V, entre otras cosas, para reunir las bibliotecas de los nobles emigrados por ser partidarios de Carlos de Austria. De ser almacenes de obras de arte o de libros, tras siglos de Historia conservadora y casi vegetativa, las bibliotecas se han convertido en activos centros de difusión y de creación cultural. En los últimos decenios han experimentado una explosión de creatividad. Un museo puede ser en sí mismo, con independencia de sus contenidos, una obra de arte, y una biblioteca puede ser, también en sí misma, una creación cultural. Jorge Herralde dice con frecuencia que el catálogo de su editorial es su personal creación literaria. Algo semejante sucede con las bibliotecas. No sólo sus fondos, sino su estilo, sus proyectos, el modo de estar gestionados, sus iniciativas, su pacto con la sociedad, le dan altura creadora. Cuando comparo las bibliotecas públicas de mi infancia con las actuales, el progreso es evidente y reconfortante. En primer lugar, son acogedoras y, además, se preocupan de organizar múltiples actividades. En otro tiempo, el usuario era un peligro para los museos y las bibliotecas, porque, centrados ambos en la función conservadora, tenían que ser forzosamente hostiles a todo lo que rompiera su protector aislamiento.
¿Se ha contagiado esta explosión de creatividad a las Bibliotecas Nacionales? Creo que no, pero, para no ser injustos por precipitación, hay que reconocer que tienen unas misiones muy peculiares y difíciles. Sobrevivir puede absorber todas las energías y hacerla padecer el síndrome del diplodocus. Además, en los últimos años han tenido que digerir las enormes posibilidades, pero también las enormes obligaciones, que las nuevas tecnologías han traído. La Biblioteca Nacional de España, según el Estatuto de 1991, tiene como funciones «reunir, catalogar, y conservar los fondos bibliográficos publicados en cualquier lengua española, fomentar la investigación y difundir la información sobre la producción bibliográfica española a partir de las entradas derivadas del Depósito Legal». Las cifras son colosales. Más de 119.000 títulos de revistas y una colección de prensa estimada en casi 20.000 periódicos, por ejemplo. No me extraña que esta tarea deje poco espacio para las demás.
Pero creo que la Biblioteca Nacional tiene que redefinir sus objetivos. Puesto que es la «cabecera del sistema bibliotecario español» debería aprovechar, y promover, la creatividad de todo el sistema, su acercamiento al público, la dirección de los planes de promoción de la lectura y la organización de actividades culturales paralelas. Sin duda, se han comenzado a hacer muchas cosas -sobre todo teniendo en cuenta que el punto de partida era desastroso-, pero conviene volver a pensar sus objetivos.
Las nuevas bibliotecas necesitan nuevos bibliotecarios. Todas: las municipales, las escolares, las comarcales. Y también la nacional. El cuerpo de bibliotecarios ha dado un salto de gigante, se ha transformado en poco tiempo de forma admirable. No son archiveros, no son conservadores, no son técnicos en bibliografía, son gestores culturales que desean ampliar sus funciones, y son conscientes de su responsabilidad social.
Acabo de enterarme de la dimisión de Rosa Regás, y supongo que el puesto estará aún vacante. Aprovechando esta circunstancia, creo que el ministro debería tomarse tiempo para redefinir las competencia profesionales que debe cumplir el Director de la Biblioteca Nacional, un cargo que me parece extraordinariamente difícil. Es de enorme complejidad técnica, y debería ser la culminación de la carrera de bibliotecario. Todas las personas que han ocupado ese puesto han sido, sin duda, personas destacadas del mundo cultural, escritores o historiadores valiosísimos. Pero la gestión es otra cosa. Sin duda, nadie sabía más de libros que Don Marcelino Menéndez Pelayo, que fue director durante 14 años. Desconozco como fue su gestión, pero su capacidad intelectual, su sabiduría, no me garantiza que fuera buena. Espero que el nuevo ministro, que es un buen gestor cultural, piense en estas cosas".
http://www.elmundo.es/papel/2007/08/28/uve/2186983_impresora.html